lunes, 1 de noviembre de 2010

Transformación 6ª parte - La noche de Halloween

Las partes anteriores las podéis encontrar en la etiqueta relatos. Siento por haberme retrasado con esta entrega.

Los días que siguieron supusieron un gran cambio en mi vida. No sabía por qué, pero desde que llevaba gafas de sol a todos lados las chicas se me quedaban mirando siempre y, algunas veces, incluso suspiraban. No estaba acostumbrado a aquello y me ruborizaba y ponía rojo constantemente. Por si fuera poco, notaba un escozor en la garganta que al beber no se calmaba, pensé que me habría resfriado.


Este hecho para mis amigos no pasó desapercibido y cuando salieron de su incredulidad inicial, se empezaron a burlar de mis reacciones ante las chicas. Yo me ponía muy nervioso y les decía que se callaran, pero eso no servía para nada. Después me empezaron a animar para que intentase hablar con alguna, aprovechando la ocasión pero… Sinceramente confesaré que la elocuencia no es que fuese un don que se manifestase en mí en estos casos. Aun así lo intenté y, para mi asombro, descubrí que daba igual lo que dijese, las chicas me miraban igual y algunas hasta querían besarme, momento en el cual yo me apartaba. Y no es que yo no quisiese, pero no quería que fuese de ese modo. No sé, siempre me lo había imaginado de otra manera. Y con otra persona. Si estáis pensando en Lucía Aguilar, habéis acertado. Pero ella parecía no verse afectada por mi presencia al igual que lo hacían las demás.

Fui llevando el nuevo trato que me daban las chicas y el picor de garganta como pude, unas veces mejor y otras peor. En alguna ocasión no me pude contener y acabé abrazando o besando a alguien, pero enseguida me controlaba. Hasta la noche de Halloween. La fatídica noche de Halloween.
Mis amigos y yo íbamos a ir de fiesta. Diego iba de hombre lobo y Darío de Frankenstein. A mí me obligaron a ir de conde Drácula porque todavía no se habían terminado las burlas sobre mis recientes percances. El plan de la fiesta consistía en ir a una discoteca donde hacían una fiesta de disfraces y pasar allí la noche. Íbamos con unos cuantos compañeros de clase, que habían llevado otros amigos y, bueno, ya se sabe cómo funcionan estas cosas.

En fin, que cómo habíamos tomado algunas copas, me olvidé de mis limitaciones en lo que se refiere al trato que mostraban las chicas conmigo, por lo que cuando se me acercó una rubia que no conocía de nada y empezó a bailar conmigo. Yo, que no estaba acostumbrado a ello, no sabía lo que hacía y me dejé llevar por ella. Me dejé llevar cuando bailaba, cuando me rozaba, cuando me abrazaba, cuando me llevaba hacia un lugar apartado de la discoteca y cuando me besaba. Mis amigos y yo estábamos alucinando.

Hasta entonces todo había ido bien, pero el picor de mi garganta creció en ese momento hasta hacerse inaguantable, más que cualquier otro que pudiera sentir en ese momento. Yo sólo seguía mis instintos. No me di cuenta de cómo mis colmillos se alargaban, de cómo mi boca fue bajando hacia su cuello y de cómo le mordí y empecé a beber su sangre. En ese momento el resto del mundo dejó de existir, sólo pensaba en seguir bebiendo. Estaba en un sueño, flotando en una nube, de la que me bajé cuando noté que ella empezaba a sufrir esfuerzos por respirar. Entonces me di cuenta de lo que estaba pasando.

Al principio me asusté: ni siquiera sabía cómo se llamaba. Me puse muy nervioso. Después recobré la compostura, empecé a pensar. Me limpié la sangre de la boca y de los dientes y me alejé de allí buscando a mis amigos. Cuando los encontré les dije que nos fuésemos y ellos se mostraron de acuerdo. Por el camino me preguntaron que qué había pasado con la chica. Yo les di evasivas y les dije que todo bien, de modo que pensasen que era algo íntimo y no preguntasen más. A la chica ya le encontraría más tarde o más temprano alguien que fuese al baño.

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